se desliza al trasluz
A la deriva la barca de los niños
(siluetas alegres del crepúsculo)
se desliza, al trasluz.
Ellos mismos la voz de su recuerdo
repiten la extraña profecía.
¿Cuántos años tenéis?
No lo sabemos.
Quizá diez, quizá veinte, quizá treinta
Sólo una cosa es cierta: que aquí estamos
¿qué importa lo demás? ¿Y tú, quién eres,
lector? ¿Hombre o mujer?
No importa: niño.
Niño siempre, pues este tu recuerdo
eterniza tu infancia. Eterno niño,
te duermes escuchando,
relajados los nervios,
tu propia historia sin lógico argumento,
cuento lleno de entrañas y de vida,
de lloros y de estornudos de pimienta,
niño, cerdito y ángel, poesía
hecha de mocos, luciérnagas y estrellas.
Los duendes y las hadas, siempre tuyos,
ha llegado su hora,
regresan a tu lado.
Sal, pues, a recibirlos: pero antes
es pacto ineludible que te duermas.
Tan sólo así despertarás soñando
a ésta tu rara felicidad nocturna.
Duérmete y sueña, y cuando despertares
de este sueño que es tu vida verdadera
(tu vida pura y secreta de la infancia),
eternízala con lápiz de colores.
Escríbela con poca ortografía
y tanto corazón, que sólo baste
a que frunzan el ceño los pedantes.
Y saldrá un libro. Guárdalo. Es precioso.
Su estuche es el armario de los niños.
Que nadie lo abra. Pide a Papá Noel
que te traiga un candado para él