viernes, 27 de marzo de 2015
le decía al psicólogo que...
"...Es que, cuando comencé a ver tu forma de golpearme, me di cuenta que eras una persona mas común, que especial. Como que yo te otorgaba ese estandarte de especial, hasta que me di cuenta que los golpes son algo tan común que duelen. Eran pequeñas cosas, como un lenguaje externo mas allá de las palabras, como cuando te sonríen con un ceño fruncido... En parte, toda relación entre dos personas genera como "golpes" , pero hasta ahora esos golpes que había sentido eran simplemente roces, o esa sensación eléctrica de estar a punto de estallar, y recurrir a un cuento antiguo para calmar el colapso. Yo solía recordar una frase antigua que decía mi madre. En fin, en este caso faltaba tacto, faltaba desde su parte saber, que frente a ella había una persona con una sensibilidad incluso mas a flor de piel que la suya. Al principio me causo gracia, lo veía como un efecto típico de la grandilocuencia de algunas personas, acostumbrada a tratar con gente común y corriente, que te habla del noticiero, de sus historias de oficina, o de lo que le paso durante el día. Pero matemáticamente fui perdiendo ese filtro de bondad, mas cuando sus golpes se hicieron mas directos, y vi su necesidad de hacer daño sin sentido y porque si. Lo importante era que yo quería ser verdaderamente directo, franco, sincero, amoroso y positivo, tan inocentemente "bueno" que apoyaba todas sus ideas y creaciones, hasta que un día, observe como yo era uno mas, o un escalón para seguir, o simplemente no encontraba lo que yo le otorgaba a ella. Y ahí aparecían estos golpes de los que hablo, los golpes de los que estoy harto, esos golpes tan comunes, que estuvieron en mi casa, en la sociedad, en el colegio... esos golpes que me hacían ver que este mundo, o este estado no alcanzaba a la luminosidad que se necesita para poder comprender lo que veces expongo. Un caso certero para comentar era, por ejemplo, estar solo en el living y comenzar a tocar una canción, y que venga mi madre, solo a prender la televisión para que me vaya. Me daba bronca, pero lo soportaba por ser mi madre. Hoy en día, con 23 años creo que ya no lo soporto tanto... y me he apropiado de ciertos lugares para estar solo, lejos de esos rechazos. Bueno, tal vez este confundido y me tenga que referir a sus rechazos mas que a sus golpes, pero, que alguien me rechace o me sonría con el ceño fruncido para mi es como un golpe..."
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