Para ella fue indispensable que el sintiera constantemente la inminencia de un abandono; si él hubiera llegado a sentir por un instante que ella estaba junto a él (inamovible, constante), se hubiera puesto en evidencia la devoradora dependencia que ella sentía a las personas que la amaban.
Ella, la desesperada, la desamparada, debía insertar como una cuña - filosa, sangrante - la drástica inconstancia de su pasión (pasión que habitualmente sólo era liberada cuando había hecho daño a la persona amada, y entonces -oh, cristianamente! - se transmutaba en compasión) Con Ella no podía existir un trato de igualdad. La incandescencia de la individualidad apasionada de ella contenía limpiamente a la seducción y a la destrucción; ambos actos eran las puntas del único equilibrio que ella podía soportar: la seducción y la destrucción se sucedían con igual, inevitable necesidad de ser.